La noche cayó sobre el campamento como una sombra espesa, cubriendo el mundo con un silencio expectante. Las hogueras crepitaban, lanzando chispas al aire, pero el calor no lograba disipar la tensión que se respiraba. Ailén estaba sentada en un extremo, abrazando sus rodillas, con la mirada fija en el fuego, aunque su mente estaba a kilómetros de distancia.
Las voces de los demĂĄs, que discutĂan los Ășltimos hallazgos, le llegaban como un murmullo lejano. HabĂan encontrado fragmentos de pergaminos en las ruinas que visitaron esa tarde, textos antiguos que hablaban de una âentidad de sangre y sombraâ, un espĂritu condenado a habitar cuerpos humanos hasta cumplir un propĂłsito olvidado. Cada palabra parecĂa encajar demasiado bien con su situaciĂłn.
âAilĂ©n⊠âla voz grave de Kaelan la sacĂł de su tranceâ. Necesitamos hablar.
Ella levantĂł la mirada, y por un instante creyĂł ver algo en sus ojos⊠miedo. No a lo que habĂa afuera, sino a lo que tenĂa frente a Ă©l.
âNo quiero hablar âmurmurĂł, bajando