La noche se habĂa convertido en una prisiĂłn de sombras. El silencio no era vacĂo; estaba cargado, como si cada rincĂłn del aire guardara un susurro de advertencia. Ella se abrazaba a sĂ misma, sintiendo cĂłmo aquel poder que llevaba dentro latĂa con fuerza, casi como si tuviera vida propia. No eran simples impulsos⊠eran Ăłrdenes, llamadas que no provenĂan de su voluntad.
Su respiraciĂłn se aceleraba.
Cada paso que daba resonaba como un golpe hueco en la vasta sala del santuario. Las paredes, cubiertas de sĂmbolos antiguos, parecĂan observarla, como si reconocieran la presencia de âesoâ que vivĂa dentro de ella. SentĂa que si permanecĂa un segundo mĂĄs allĂ, iba a descontrolarse.
âNo dejes que me consuma âsusurrĂł, sin saber si le hablaba a sus compañeros o a sĂ misma.
Ăl, el Ășnico que siempre lograba calmarla, se acercĂł despacio. Sus ojos, oscuros como la medianoche, no mostraban miedo, pero sĂ un peso de preocupaciĂłn que intentaba ocultar.
âMĂrame⊠âsu voz era firme pero suaveâ. EstĂĄs aqu