El silencio de las ruinas era engañoso. El viento silbaba entre las grietas de los muros, levantando polvo y escombros. Eva abrazó la carpeta, sintiendo cómo el miedo y el deseo se mezclaban aún en su piel, recordando la intensidad de Luca. Pero la sombra que habían visto arriba de la torre pesaba más que cualquier caricia.
Marina apretaba la mano de Santiago, que deliraba en sueños.
—Era él… estoy segura —susurró—. Mateo vino a buscarnos.
Luca negó con la cabeza, su voz seca como el desierto.
—Si fuera Mateo, se habría mostrado. No se esconde de nosotros.
Eva tragó saliva, sin atreverse a tomar partido. La incertidumbre la devoraba.
De pronto, un sonido metálico rompió la quietud. Algo rodó por el suelo hasta quedar junto a ellos: una bala envuelta en un papel arrugado.
Luca lo levantó con precaución, desenrollando la nota.
Las palabras, escritas apresuradamente con tinta corrida, hicieron que Eva sintiera un escalofrío en la espalda:
“No confíen en nadie. Los siguen de cerca. —M”
Ma