El eco de la voz se extendió entre las paredes del cañón. Eva sintió que el aire se volvía más denso, cargado de polvo y peligro. Luca no bajó el rifle, pero sus ojos se clavaron en Gabriel.
—¿Quiénes son? —preguntó con frialdad.
Gabriel levantó una mano, como pidiendo calma.
—Si quisieran matarnos, ya lo habrían hecho.
Eva observó a las figuras que emergían de la oscuridad. Eran cinco hombres y una mujer, todos armados. Sus ropas estaban desgastadas, sus rostros curtidos por el sol, pero había algo en su mirada: determinación, y un odio profundo hacia un enemigo común.
El primero en acercarse era alto, de barba espesa y mirada dura. Se detuvo a unos pasos de Gabriel.
—Te seguimos porque confiamos en ti, pero ahora nos traes a extraños. ¿Qué garantía tenemos de que no sean carnada del Contador?
Gabriel respiró hondo, girando hacia Eva y Luca.
—Ellos llevan la prueba. La carpeta. Con esto podemos golpear al Contador donde más duele.
Un murmullo recorrió al grupo. La mujer de ojos claro