CAPITULO 66

El símbolo brillaba débil bajo la luz de la luna. Eva se quedó inmóvil, con el corazón golpeándole en el pecho. No era un garabato viejo ni un accidente en la roca: era la marca del Contador, reciente, hecha con intención.

Se levantó despacio, apartando la mano de Luca de su cintura.

—¿Qué pasa? —preguntó él, con la voz grave.

Eva señaló la roca. Luca se inclinó, pasó los dedos sobre el grabado, y maldijo en voz baja.

—Nos están cercando.

—¿Cómo? —susurró ella, sintiendo que la garganta se le cerraba—. No puede ser casualidad.

Luca la miró fijamente, los ojos oscuros como la noche.

—Alguien está marcando el camino por nosotros.

Al amanecer, Eva decidió no callar más. Cuando el grupo recogía sus cosas para continuar la marcha, los llevó hasta la roca y mostró el grabado.

El silencio que siguió fue denso, mortal. Los hombres de Gabriel se miraron entre sí, inquietos. Elena frunció el ceño, su mano aferrada a la pistola. Marina abrazó a Santiago, como si quisiera esconderlo del mundo.

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