CAPITULO 57

El amanecer llegó cargado de ceniza y silencio. El desierto parecía dormido, pero Eva sabía que debajo de esa calma había ojos observándolos. Se abrazó a la carpeta, incapaz de olvidar la imagen de Mateo cayendo entre las ruinas.

—No había cuerpo —dijo Marina, con la voz rota—. Eso significa que vive.

Luca ajustó la correa del rifle, sin mirarla.

—O significa que alguien lo arrastró para que nunca lo encontremos.

Eva caminaba entre ellos, sintiendo cómo cada palabra los desgarraba un poco más. Santiago seguía inconsciente sobre el caballo, el calor de su fiebre subiendo sin freno. Cada gemido del muchacho era un recordatorio cruel de que se les acababa el tiempo.

—Tenemos que encontrar un lugar donde esconderlo —susurró Eva.

Luca asintió.

—Un caserío abandonado no muy lejos de aquí. Lo usábamos como punto de descanso hace años. Puede darnos unas horas, quizás un día.

Marina lo miró con recelo, pero no discutió. Tenía demasiado miedo de perder a su hermano.

El camino hacia el caserío f
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