El cobertizo olía a polvo, madera vieja y paja húmeda. El aire estaba cargado, casi sofocante, como si cada rincón guardara secretos que nadie debía escuchar. Una linterna barata colgaba de un clavo en la pared, lanzando sombras temblorosas que parecían cobrar vida. Hermes se movía de un lado a otro, mordiéndose las uñas, incapaz de estar quieto.Eva se había sentado en un banco improvisado, observando al muchacho con ojos atentos, mientras Luca permanecía de pie, de brazos cruzados, apoyado contra la pared como un juez severo esperando la confesión de un acusado.El contraste era brutal: ella transmitía calma, apoyo, confianza; él, intimidación, autoridad, frialdad. Y en medio de ambos, Hermes parecía un animal acorralado, buscando una salida que no existía.—Necesito que me digas todo, Hermes —pidió Eva con suavidad, su voz envolvente—. No podemos ayudarte si no entendemos qué pasó exactamente.El joven levantó la vista hacia ella, sus ojos oscuros brillando de miedo.—Yo… yo solo l
Leer más