El reflejo metálico aún ardía en los ojos de Eva cuando Gabriel se acercó. El fuego iluminaba solo una parte de su rostro, dejando la otra sumida en sombras. Parecía un hombre dividido, entre la calma que intentaba mostrar y el secreto que ya no podía ocultar.
Luca sostuvo el rifle con ambas manos, apuntando directo a su pecho.
—Habla. Y que sea rápido.
Gabriel alzó las manos, tranquilo, sin apartar la mirada.
—No están solos en esta guerra. Creyeron que sí, pero no. Existe una red, dispersa, que busca lo mismo que ustedes: derribar al Contador. Yo soy uno de ellos.
Eva frunció el ceño, incrédula.
—¿Y por qué ocultarlo hasta ahora?
Gabriel suspiró, como si llevara años esperando esa pregunta.
—Porque confiar cuesta caro. Si se los decía desde el principio, tal vez me habrían dejado tirado en la arena. Pero la verdad es que la señal que vieron era para mis compañeros. Vendrán.
Marina se incorporó de golpe, con el rostro encendido de esperanza.
—¡Entonces no estamos perdidos! Con ellos