El eco de sus respiraciones aún flotaba en la penumbra de la estación cuando un ruido seco los hizo separarse. Eva y Luca se quedaron inmóviles, con el corazón latiendo como un tambor de guerra.
No era el sonido del viento, ni el crujir de los rieles oxidados. Era algo más cercano, algo humano.
Luca alzó el rifle en silencio, su mirada alerta, recorriendo la oscuridad. Eva, con la blusa aún desordenada, abrazó la carpeta instintivamente, sintiendo cómo la realidad regresaba con brutalidad.
—Quédate atrás —susurró él, avanzando con pasos felinos hacia la esquina de la vieja oficina del jefe de estación.
Un destello metálico brilló en la pared: un grabado, marcado con cuchillo o navaja. Luca se agachó para verlo mejor, y Eva, incapaz de quedarse quieta, se inclinó junto a él.
El símbolo era simple: un círculo atravesado por dos líneas.
Eva lo reconoció al instante.
—Es la marca del Contador.
La sangre se le heló en las venas. Aquella señal no estaba allí por casualidad. Era un aviso, un