Kerem se apartó apenas lo suficiente para incorporarse, pero no se alejó de entre sus piernas.
Su respiración seguía agitada, caliente, golpeándole las mejillas mientras la miraba sin verla. Con movimientos lentos, comenzó a desabrochar los botones de su camisa, uno a uno, hasta que la tela cedió y cayó abierta sobre sus hombros.
Lena lo siguió con la mirada, como si no quisiera perderse ni un segundo de lo que él hacía. Cuando Kerem se despojó de la camisa por completo, dejando a la vista un torso ancho, musculoso y perfectamente definido, sintió que el aire le faltaba. La luz tenue de la bodega dibujaba cada línea de sus músculos, las sombras marcaban sus abdominales como una obra de arte tallada a mano.
Se agachó un poco para quitarse los zapatos y las medias, con movimientos firmes, seguros. Y entonces quedó únicamente con un bóxer negro que tensaba peligrosamente la tela.
Lena tragó con dificultad. Sus ojos se abrieron más, atraídos irremediablemente hacia ese bulto que se marcaba