Kerem no apartó su boca de ella. Al contrario, la hundió más, saboreando cada trazo de la humedad en su vagina con una devoción casi animal.
El sabor la definía: dulce y salado, cálido y vivo, un aroma que se mezclaba con la madera húmeda de la bodega y el rastro de vino que todavía quedaba en su aliento. Para él, no existía comparación… salvo que, en ese instante, supo que incluso su colección más valiosa de vinos no tenía nada que hacer frente a lo que estaba probando.
Separó sus muslos con sus manos mientras su lengua se hundía entre sus pliegues. Luego su pulgar volvió a rozar su clítoris, despacio, antes de inclinarse sobre él y atraparlo con sus labios. Lo succionó con fuerza medida, como probando su resistencia, y la lengua lo acarició con círculos precisos.
Lena arqueó la espalda de golpe, un gemido profundo escapó de su garganta, tan involuntario que hasta a ella la sorprendió. Sus manos buscaron apoyo, una sobre la alfombra y otra perdida entre los mechones oscuros de Kerem,