—Para… —susurró, con un hilo de voz que no coincidía con lo que decía su cuerpo. Porque sus jadeos eran un grito silencioso para que siguiera. Kerem lo entendió. Sonrió contra su boca y no detuvo el ritmo, incluso lo intensificó, su pelvis chocando con ella, su erección llenándola hasta que cada embestida arrancaba un gemido más alto.
La alfombra raspaba suavemente su espalda, la lluvia afuera era un murmullo constante, y Kerem la estaba haciendo suya de una manera que Lena sabía que jamás podría olvidar.
Ese segundo orgasmo que había experimentado la golpeó como una ola… pero no era el final. Kerem, sintiendo su centro apretarlo con fuerza, no aflojó. La mantuvo atrapada, succionando un pezón con hambre, mordiendo su cuello, hasta que sintió cómo el placer volvía a crecer en ella, más intenso, más salvaje.
—Vas a llegar otra vez… —gruñó, y embistió con más fuerza, hundiéndose hasta lo más profundo de ella.
Lena arqueó la espalda y asintió con la cabeza incapaz de decir nada, sus uñas