236. Tierra del Fuego y Hielo
Ponerse de pie fue la parte fácil. Lo difícil fue lo que vino después: aprender a caminar de nuevo en un mundo que había perdido su centro. La decisión de luchar, de honrar la memoria de Selene con venganza en lugar de lágrimas, le dio a Florencio un propósito, un ancla. Pero no borró el dolor. El dolor seguía allí, una corriente helada bajo la superficie de su nueva y fría determinación.
Los días que siguieron, la Estancia Lombardi dejó de ser un mausoleo de duelo para convertirse en una isla de conspiración, un purgatorio de trabajo y silencios suspendido en la inmensidad de la pampa. El mundo exterior, con sus crisis políticas y sus titulares, había sido silenciado por la voluntad de Platina y la maquinaria de Giménez. Pero dentro, el silencio era de un tipo diferente. Era el silencio de un corazón roto.
El dolor de Florencio no era un torrente, sino un glaciar. Un hielo que se había instalado en su pecho y que avanzaba lentamente, congelando todo a su paso. Había enterrado a Sele