237. Las Armas que Quedan
Una noche, mientras revisaban unos viejos registros financieros, Platina se detuvo.

—Me acuerdo de este vino —dijo, señalando el nombre de una bodega en un extracto de cuenta—. Tu padre se lo regaló al mío. Una semana antes de que todo se fuera al carajo. Dijeron que era para celebrar un "nuevo comienzo".

Florencio levantó la vista. El recuerdo lo golpeó.

—Yo también me acuerdo. Fue la noche de la gala de verano. La última vez que nos vimos.

—La noche que me dijiste que te escaparías conmigo a París —dijo ella, su voz fue un susurro suave.

—Yo no dije eso —replicó Florencio—. Dije que te llevaría conmigo… hasta el "fin del mundo".

—Casualmente donde estamos —rió ella—. Veo que el destino obra de formas misteriosas.

—¡Sí! Pero volviendo a esa noche, fue la que tu padre te prohibió volver a hablarme. ¿Cierto?

Se quedaron en silencio, el fantasma de sus yo de diecisiete años flotando entre ellos. No había sido una simple ruptura. Había sido una amputación, ordenada por dos reyes q
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