198. La Historia según el Monstruo
La cabaña se convirtió en un confesionario. El fuego de la chimenea era la única luz, proyectando sombras largas y danzantes que parecían actuar la historia que estaba a punto de ser contada. Florencio se apostó en un rincón, con el fusil a mano, no como una amenaza, sino como un recordatorio silencioso de quién tenía, en última instancia, el control físico. Selene arrastró una silla y se sentó frente a Elio, a una distancia íntima y peligrosa. Era la jueza. La fiscal. Y la heredera de la tragedia.
—Empezá por el principio —dijo Selene, su voz fue una calma que desmentía la tormenta en su interior.
Elio la miró. Y por un instante, la arrogancia desapareció de su rostro, reemplazada por el peso de un recuerdo antiguo.
—El principio no es el fuego, Selene. El principio es la ambición. La de dos hombres que se creyeron dioses. Tu padre. Y el de él —su mirada se desvió hacia Florencio—. Fausto Aurelius, mi padre, era un genio. Un visionario. Vio el potencial en nuestra sangre. Vio la po