199. La Sombra de un Padre
La atmósfera en la cabaña después del pacto era irrespirable. Era la calma tensa que se instala en una jaula cuando se mete a un segundo depredador. Selene, Florencio y Elio se movían en el espacio reducido como tres planetas atrapados en una órbita extraña y peligrosa, cada uno consciente de la gravedad de los otros, cada uno evitando la colisión.
Lo primero que hicieron fue un acto de una ironía brutal. Selene, con la mirada de acero de Florencio sobre ella, cortó las cuerdas que ataban a Elio. Lo hizo con una lentitud deliberada, la navaja rozando la piel de él, un recordatorio silencioso de que, aunque lo liberaba, seguía teniendo el poder de cortarle la garganta.
Elio se puso de pie. Se estiró, sus músculos crujiendo. No les dio las gracias. Simplemente, los miró a ambos con una mezcla de desprecio y una nueva y extraña curiosidad.
—Así que… la loba, el político y el rey exiliado —dijo, su voz ronca—. Qué equipo más patético. Leonardo se debe estar muriendo de risa en su tumba…