La cabaña se convirtió en una sala de tribunal. El fuego de la chimenea era la única luz, proyectando sombras largas y danzantes que se retorcían en las paredes como los fantasmas de las verdades que estaban a punto de ser exhumadas. Elio, atado a la silla, era el acusado. Selene, sentada frente a él, la fiscal. Y Florencio, de pie junto a la puerta, el fusil en una mano, era el jurado y el verdugo, todo en uno.
—Leonardo Lombardi —comenzó Selene, su voz cortando el silencio, sin preámbulos—. Hablame de él. Del pacto con mi padre.Elio soltó una risa seca, un sonido áspero que resonó en la quietud.—¿El pacto? Era una rendición. Tu padre, el gran Alfa "sabio" de los Maris, estaba asustado. Asustado del futuro. Asustado de nuestro poder creciente. Vio el mundo humano, su tecnología, sus números… y en lugar de luchar, decidió arr