126. El Peso Muerto de la Traición
El viaje de regreso a la cabaña de Los Acantilados fue un purgatorio de silencio y olores. El aire dentro de la camioneta estaba viciado con el hedor metálico de la sangre seca, el sudor rancio de la batalla y el perfume dulzón y salado del miedo que emanaba de Mar. Selene iba con la cabeza apoyada en la ventana, el frío del cristal un alivio para la fiebre que sentía subir de nuevo. Cada sacudida del vehículo era un latigazo de dolor en su pierna herida. Había forzado demasiado su cuerpo, y ahora se lo estaba cobrando.
Florencio manejaba con una concentración sombría. Sus manos, firmes en el volante, eran las únicas partes de él que no parecían estar en guerra consigo mismas. Su mente no descansaba. La imagen de Selene, a horcajadas sobre el luisón, matándolo con una eficiencia brutal, se repetía en su cabeza, una imagen que lo excitaba y lo aterraba en simultáneo. Y desde el asiento trasero, los sollozos intermitentes de Mar eran un recordatorio constante de la nueva y jodida variab