La pregunta de Florencio no era una mera cuestión táctica. Era un juicio. Se había erigido en juez y verdugo, y ponía sobre la mesa el destino de Mar como si fuera un punto más en el orden del día. Selene sintió una oleada de frío al escucharlo. Vio en sus ojos la misma lógica implacable que lo había llevado a declarar una guerra de exterminio contra su especie. Para él, Mar ya no era una persona. Era una "variable inestable", un "arma rota" que debía ser neutralizada.
Mar, que había dejado de sollozar, levantó la cabeza. Escuchó la pregunta y el terror más puro, el terror del animal que sabe que va al matadero, se reflejó en sus ojos. Miró a Selene, su última y única esperanza. Su vida pendía de la palabra de la misma mujer a la que había traicionado.—No podemos matarla —dijo Selene al instante. Su