El grito de Mar se ahogó en el estruendo de los cristales rotos. La realidad se había descompuesto en un caos de disparos, gruñidos y sombras que se movían con una velocidad depredadora. Selene no le dio tiempo a pensar. La agarró del brazo con la fuerza de un cepo de acero y tiró de ella, arrastrándola fuera de la habitación profanada, lejos del altar de velas y fotos.
—¡Nos vamos! ¡Ahora! —siseó Selene, sus ojos plateados no miraban a Mar, sino que escaneaban cada rincón, cada sombra del pasillo.Florencio ya estaba en la parte superior de las escaleras, el cuchillo en una mano y una pistola que había sacado de su tobillera en la otra. Había abandonado toda pretensión de luchar sin armas de fuego. El orgullo era un lujo para los vivos, y él estaba decidido a seguir siéndolo.—¡Jardín trasero! ¡Ahora! —grit&oa