La oscuridad fuera de la camioneta era un lienzo en blanco sobre el que la tragedia estaba a punto de pintar. El aire salado, traído por la brisa desde los acantilados cercanos, estaba cargado de una tensión eléctrica, una quietud que precedía a la violencia.
Florencio se ajustó el chaleco antibalas, el sonido del velcro fue un desgarro en el silencio. Verificó el cargador de su fusil. Luego, sacó una pistola adicional que había preparado para ella, una Sig Sauer compacta, y se la tendió.—¿Otra?—Sí. Tomá —dijo, su voz un susurro grave—. Ya sabés cómo usarlas. No dudés. Si ves una sombra, dispará primero y preguntá después.Selene miró la pistola en la mano de él. El metal negro, frío, eficiente. Un arma de humanos. Un arma de cobardes.La tomó. El peso se sentía ajeno en su