122. Camino al Ojo de la Tormenta
El viaje de regreso al sur fue una réplica silenciosa y sombría del primero. El rugido de los rotores del helicóptero era el único sonido, una banda sonora para la tensión que se había instalado en la cabina. Esta vez, sin embargo, no había dudas ni confesiones. Solo un propósito frío y desesperado. Florencio piloteaba el helicóptero él mismo —una habilidad de sus años en el ejército que rara vez usaba—, sus manos moviéndose sobre los controles con una precisión mecánica que ocultaba la tormenta en su interior. Volaba bajo, siguiendo la línea de la costa, un fantasma de metal contra el lienzo anaranjado del atardecer.
Selene estaba a su lado, en el asiento del copiloto. No miraba el paisaje. Miraba el mapa táctico que tenía sobre sus rodillas, la pantalla de una tablet conectada al sistema de Giménez. Mostraba tres tipos de puntos moviéndose en tiempo real. Puntos rojos para los mercenarios amotinados. Puntos amarillos para Elio y su posible jauría. Y un único punto azul parpadeante,