El barrio de Punta Mogotes dormía un sueño tranquilo, ajeno a la guerra silenciosa que se estaba librando en sus calles. Las casas, con sus jardines cuidados y sus luces de porche encendidas, eran postales de una normalidad que a Selene le pareció obscena, casi un insulto. Se movían agachados, pegados a las sombras de los muros, dos fantasmas en un mundo que no estaba hecho para ellos.
Florencio iba delante. Su cuerpo estaba tenso, alerta. Sostenía el cuchillo de combate con el agarre invertido, la hoja apuntando hacia abajo, un estilo de lucha cercano, brutal. Pero Selene notó la ausencia de su fusil. Sentía su incomodidad, su vulnerabilidad autoimpuesta. Era como ver a un águila intentar cazar caminando por el suelo. Poderoso, sí, pero fuera de su elemento. Y esa visión la llenó de una punzada de culpa que tuvo que reprimir.Llegaron a la parte trasera de la propiedad de Mar. Una pared