032.
La fiebre llegó a la mañana siguiente.
No como un brote explosivo, sino como una humedad interna que subía desde el vientre hasta la nuca.
Selene se despertó envuelta en sudor. Las sábanas pegadas a su piel. La respiración entrecortada. El corazón latiendo con torpeza.
No era calor. Era frío. Uno que venía desde el centro exacto donde solía estar su lobo.
Tardó varios segundos en ponerse de pie. Las piernas le temblaban. Las uñas se astillaban sin motivo. Y el pelo —siempre brillante, siempre salvaje— caía en mechones sobre el piso.
Se miró al espejo del baño. No gritó.
Pero por primera vez, pensó que tal vez estaba muriendo.
No como humana. Sino como algo más antiguo.
Algo que no sabía si merecía seguir existiendo.
🌑 🌊 🐾
Florencio estaba reunido con un grupo reducido de asesores.
—Necesitamos una medida que baje el nivel de paranoia social —dijo—. El discurso del exterminio total ya no sirve. Las redes nos están devorando.
Uno de sus asesores, joven, delgado, le propuso:
—¿Y si en