CAPÍTULO 2: DOS LEONES QUE ME OBSERVAN

CAPÍTULO 2: DOS LEONES QUE ME OBSERVAN

Eden

¡Dios mío! ¿Cómo pude leer mal el anuncio?

¿Decía criada o niñera? Ahora no estoy segura. Tal vez mi cerebro, desesperado por encontrar una solución a mis problemas, vio lo que quiso ver. No es que tenga algo en contra de limpiar, pero si me hubieran dado a elegir entre cambiar pañales y trapear pisos, habría elegido los pañales, porque los pañales no te miran como si pudieran devorarte viva.

Trago saliva mientras mis ojos saltan de un gemelo al otro. Esto tiene que ser un malentendido.

Sí, seguro que en algún momento alguien va a salir de la nada y decir: Ja, ja, era broma. Los gemelos Volkov son bebés regordetes de un año y medio con sonajeros, no dos rusos mortales con trajes de miles de dólares y miradas que podrían arrancarme el alma del cuerpo.

Pero no. Nadie aparece. Nadie me despierta de este mal sueño.

Y para colmo, la señora Nadezhda, mi única posible aliada en esta locura decide que este es el momento perfecto para huir de la escena.

Sale de la oficina con una prisa que me deja claro que no tiene la más mínima intención de quedarse a ayudarme a procesar el hecho de que mis supuestos "bebés" tienen más músculos que los superhéroes de M4rvel.

«No, por favor, no se vaya».

Obviamente no lo digo en voz alta, pero el pánico en mi pecho lo grita con toda su fuerza.

¿Me va a dejar sola con ellos?

Ahora, sé que esto debería estar bien. Son dos adultos, no dos asesinos en serie. ¿O sí? Porque el ambiente en esta oficina con la lujosa madera oscura y la tenue iluminación grita que este es el lugar donde firmas tu alma al diablo y ni siquiera te das cuenta.

Para ser honesta, no estoy segura de que aceptar este trabajo siga siendo la mejor idea.

Yo vine a cuidar niños. Niños.

No dos hombres que perfectamente pueden cuidarse solos… O mejor dicho, que probablemente tienen gente para hacer todo por ellos, porque a juzgar por sus trajes impecables y la actitud de “soy más importante que el presidente”, estos no son los tipos que recogen su propio plato después de comer.

Bueno… ya no importa. Porque la realidad es que estos no son niños, son hombres. Y no cualquier tipo de hombres sino hombres peligrosos.

Hombres que me miran con la misma intensidad con la que un depredador observa a su próxima presa.

Demonios rusos de trajes impecables, rostros esculpidos por los dioses y una intensidad en la mirada que hace que mis piernas amenacen con doblarse. Son idénticos, pero no es difícil notar la diferencia entre ellos.

Y lo peor es que ni siquiera sé si quiero correr o quedarme a ver qué demonios va a pasar después.

El primero, que está recargado con aire relajado contra el escritorio, me regala una sonrisa de esas que harían caer a cualquier mujer de espaldas. Su cabello está cuidadosamente peinado hacia atrás y hay un brillo travieso en sus ojos oscuros.

El otro… el otro es un maldito iceberg.

Su postura es rígida, su expresión impenetrable y su mirada de acero me da escalofríos. No hay ni un atisbo de emoción en su rostro, como si sentir fuera algo que dejó de hacer hace mucho tiempo.

Si tengo que ponerles un apodo, el sonriente y carismático es El Pecador.

El otro… Freezer.

—Así que tú eres la nueva criada —dice el Pecador, dejándose caer en la silla con la comodidad de un rey en su trono—. Bueno, bueno… hay que admitir que Nadezhda hizo un excelente trabajo esta vez.

Mi espalda se tensa. ¿Qué significa esta vez? ¿Acaso hay un casting secreto para esto?

Freezer le lanza una mirada afilada a su hermano.

—No empieces con tus tonterías, Nikolai. Por eso se fue la anterior.

Oh. Oh.

Ahora sí estoy nerviosa.

—No te preocupes, preciosa —Nikolai me guiña un ojo—, no soy tan terrible como dicen.

«Sí, claro. Eso es lo que dicen los peores».

Antes de que pueda abrir la boca, Freezer se cruza de brazos y me examina como si yo fuera una pieza de mobiliario que está considerando si vale la pena comprar o no.

—¿Sabes cocinar? —pregunta. Directo al grano.

—Sí.

—¿Sabes limpiar?

—Sí.

—Bien. —Su tono sigue siendo helado—. Hay tres reglas si quieres quedarte. Uno, haz las cosas bien. Dos, hazlas exactamente cómo y cuándo te lo digamos. Y tres…

Hace una pausa, como si estuviera decidiendo si decirlo o no.

—No comentes absolutamente nada. —Me sudan las palmas, pero asiento.

—Entendido.

Por primera vez desde que entré, parece satisfecho. O al menos tan satisfecho como un hombre que no muestra emociones puede estar. Pero entonces…

—Una última cosa —agrega Freezer.

Oh, genial. Porque claro, todo esto estaba siendo demasiado sencillo.

—Tendrás un nuevo celular. El que tienes ahora, destrúyelo.

Mi cerebro procesa la orden en cámara lenta.

—¿Qué? No, no puedo hacer eso.

Mis contactos, mis fotos, todo lo que me queda de mi vida normal está en ese teléfono. Freezer ni siquiera parpadea.

—Entonces ahí está la puerta.

Y sin esperar mi respuesta, se da la vuelta y sale de la oficina. Me quedo helada. ¿Qué clase de entrevista es esta? Un segundo después, Nikolai suelta una risa baja y divertida.

—Bueno, eso fue interesante. —Me dedica una mirada curiosa—. Espero que decidas quedarte, preciosa. Nunca había visto a mi hermano ponerse así por una criada.

Le miro fijamente.

—¿Qué significa eso? —Él solo sonríe con misterio y se encoge de hombros.

Antes de que pueda seguir interrogándolo, la puerta se abre de nuevo y Nadezhda entra con un contrato en la mano.

—Es a prueba por dos meses —dice con su voz de hierro—. Después de ese tiempo, veremos si se queda permanentemente o no.

Tomo el contrato, aunque mis manos tiemblan como gelatina. Tengo que hacer esto. Por muy aterradores que parezcan esos dos gemelos, necesito el dinero, si no, mi padre podría morir.

Tomo aire y firmo sin pensarlo demasiado, porque sé que si lo leo, probablemente me arrepienta.

Estoy firmando sin leer y sin saber que, en este momento, acabo de sellar mi destino.

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