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Deseo Prohibido: La Criada de los Gemelos Mafiosos
Deseo Prohibido: La Criada de los Gemelos Mafiosos
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: LA PEOR ENTREVISTA DE TRABAJO

CAPÍTULO 1: LA PEOR ENTREVISTA DE TRABAJO

Eden

Nota mental: Leer los maldit0s detalles de una oferta de empleo antes de aceptar.

Porque aquí estoy, parada frente a la mansión más impresionante que he visto en mi vida, sintiéndome como una hormiga en medio de un palacio. Lo que supuse que sería una casa elegante es, en realidad, una maldit4 fortaleza con portones de hierro, cámaras de seguridad que me siguen como si ya fuera sospechosa de algo y una vibra general de “aquí se desaparece gente y nadie hace preguntas”.

Genial.

Miro mi teléfono por quinta vez, asegurándome de que la dirección sea la correcta.

Definitivamente lo es.

Respiro hondo. «Tranquila, Eden. Esto es solo una entrevista de trabajo. Vas a entrar, sonreír y conseguir ese empleo de niñera que va a salvar la vida de tu padre». Después de todo, cuidar bebés no puede ser tan difícil. Los alimentas, los duermes, los mantienes con vida. Si te están ofreciendo cinco mil dólares al mes, deben ser gemelos demoníacos o algo así, pero puedo con eso.

La verdad es que estoy desesperada. El tipo de desesperación que te hace considerar trabajos que, en otras circunstancias, jamás aceptarías.

Mi padre necesita una cirugía urgente, y el dinero que tengo en mi cuenta apenas alcanza para pagar el alquiler de este mes. Las facturas médicas se apilan en la mesa como una sentencia de muerte y llevo semanas buscando empleo sin éxito. Restaurante tras restaurante, tienda tras tienda… siempre la misma respuesta: lo sentimos, pero ya hemos contratado a alguien más.

Así que cuando vi la oferta de trabajo en internet que decía algo así como:

"Se busca niñera. Pago generoso. Residencia incluida. Experiencia deseable, pero no indispensable."

No me lo pensé demasiado, no tengo tiempo para ser quisquillosa.

Apreté los labios y rellené la solicitud. Días después, cuando mi teléfono vibró con un número desconocido, mi estómago se tensó.

—¿Señorita Blackwood? —La voz al otro lado era grave e imponente.

—Sí, soy yo.

—Preséntese esta tarde en la mansión Volkov.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

Volkov.

Ese apellido me sonaba… de alguna parte. Pero antes de que mi cerebro pudiera hacer la conexión, la llamada terminó.

Miré la pantalla. Luego la habitación destartalada en la que vivo. Luego las facturas esparcidas sobre la mesa.

Tengo que hacer esto.

Así que me levanté, me puse mi ropa más decente (que sigue sin ser demasiado impresionante) y me preparé para venir a la mansión.

Ahora estoy aquí, debatiéndome si salgo corriendo o no, pero antes de que pueda cambiar de opinión, la puerta se abre con un clic metálico. Un hombre mayor, vestido de mayordomo (porque claro, esta casa grita tenemos sirvientes), me observa con expresión neutral.

—Señorita Blackwood —dice con voz grave. —Sígame.

Me trago el nerviosismo y entro.

Lo primero que noto es el silencio. No hay risas de bebés, ni juguetes por el suelo, ni el típico caos infantil. Solo mármol negro, candelabros opulentos y una atmósfera tan lujosa como intimidante.

Un nudo de ansiedad se me forma en el estómago, pero me obligo a mantener la compostura.

—¿Dónde están los niños? —pregunto, sintiéndome cada vez más inquieta.

El mayordomo se detiene en seco y me lanza una mirada como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

—Eh… el ama de llaves le explicará lo que tiene que hacer, si los señores la aprueban antes.

¿Los señores?

Antes de que pueda preguntar a qué demonios se refiere, me guía hacia una oficina. La habitación es tan elegante como el resto de la casa, pero el aire se siente más… denso. Como si aquí dentro las reglas fueran más estrictas.

Y la mujer que me espera al otro lado del escritorio confirma mi teoría.

Tiene el porte de alguien que podría matarte con solo una mirada. Su cabello rubio y salpicado de canas está recogido en un moño tan tenso que probablemente ni el viento se atrevería a despeinarlo. Sus ojos de un azul cortante me estudian con la precisión de un láser.

Definitivamente no es americana.

—¿Tú has solicitado el empleo? —pregunta con un acento marcado y una voz que no deja espacio para tonterías.

—Sí, señora…

—Puedes decirme Nadezhda.

—Señora Nadezhda, le aseguro que tengo experiencia. —Eso es una gran mentira, lo más cerca que he estado de un niño es cuando paso por el colegio que queda de camino a mi casa, pero ella no tiene por qué saberlo—. Cuidaré muy bien de los gemelos Volkov.

Nadezhda entrecierra los ojos con un brillo de… ¿diversión? No, imposible.

—Los gemelos Volkov son muy inquisitivos con el personal con el que trabajan. Espero que no le importe que la investiguen, es solo para asegurarse de que es una persona de fiar.

Oh, genial. ¿Investigarme? ¿Qué van a hacer? ¿Buscar mis fotos vergonzosas de F******k de cuando tenía brackets?

—Ah, no, está bien —respondo, tratando de sonar tranquila, aunque por dentro ya estoy reconsiderando mi vida—, pero no entiendo, ¿se refiere a los padres?

Nadezhda me observa con la misma expresión de “eres una idiota” que el mayordomo.

—¿Los padres? Bueno, por supuesto, el señor Volkov también quiere que todo el personal sea de completa confianza —dice con tono calculador—, pero él muy pocas veces viene a Estados Unidos.

Parpadeo. A ver, espera.

¿Un padre que ni siquiera vive en el mismo país de sus hijos? ¿Cómo funciona eso?

Cada vez entiendo menos esta situación, pero antes de que pueda preguntar algo más, me pongo de pie con decisión.

—Bueno, ¿dónde están los bebés?

El silencio que sigue a mi pregunta es extraño. No incómodo o tenso, solo es extraño.

Pero no tengo tiempo de analizarlo, porque justo en ese instante, la puerta se abre de golpe y dos hombres entran.

No son bebés, mucho menos unos niños. Son dos hombres adultos, jodidamente guapos y con un aura de peligro que pone mi piel en alerta máxima.

Uno tiene el cabello ligeramente despeinado y una sombra de barba que lo hace parecer un seductor profesional, pero su mirada oscura fría y penetrante parece calcular cuánto valgo… o si soy una molestia innecesaria. El otro es más político y elegante, con un traje perfectamente ajustado y ojos afilados que me recorren de pies a cabeza con diversión descarada.

Mis neuronas hacen cortocircuito y mi garganta se seca. Luego, el de la barba sonríe de lado y dice con sorna:

—¿Así que tú eres la nueva criada?

…¿Qué?

Mi cerebro se reinicia. El empleo decía Criada. No niñera. Criada.

Oh, mierd4.

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