Eden
La señora Nadezhda me observa con paciencia, pero también hay una advertencia en su mirada.
—No es necesario que destruya su celular —dice en voz baja, como si estuviéramos conspirando—, pero manténgalo apagado todo el tiempo.
Levanto una ceja.
—¿Y si me llaman de algún otro trabajo?
Ella suspira como si le doliera la cabeza.
—Señorita Blackwood, este trabajo paga cinco veces más de lo que ganaría en cualquier otro lado, incluye residencia y comida. Si piensa en irse, le sugiero que lo reconsidere.
No sé si lo dice porque le preocupa mi bienestar o porque le da pereza buscar otra criada.
—Está bien, lo apagaré —acepto, aunque sigo sin entender por qué tanto secreto con un simple teléfono.
Nadezhda asiente con aprobación y me hace un gesto para que la siga. Caminamos por un pasillo elegante, con pisos de mármol tan brillantes que me da miedo resbalarme. Finalmente, abre una puerta doble y me deja entrar.
Lo que veo me deja sin aliento. Este cuarto es más grande que mi departamento entero.
Paredes de un tono beige con detalles dorados, una cama gigante con sábanas que parecen de seda, un vestidor, un baño que parece sacado de una revista de lujo y un ventanal enorme que deja ver los jardines iluminados.
—¿Está segura de que este es mi cuarto? —pregunto, sintiéndome completamente fuera de lugar.
—Sí. Dúchese y póngase el uniforme que está sobre la cama.
Antes de que pueda hacer más preguntas, se va y cierra la puerta detrás de ella.
Suspiro y me dejo caer en la cama. Dios, esto es demasiado. El colchón es tan suave que casi me hundo en él. Si me tumbo aquí mucho tiempo, juro que no me levanto jamás. Pero no puedo quedarme soñando despierta.
Voy al vestidor y reviso el uniforme. Un vestido negro, ajustado pero no demasiado corto, con un delantal blanco. Clásico, aunque más bonito de lo que esperaba.
Bien, hora de ducharme.
Me meto al baño y… ¿qué demonios es esto?
La ducha no es una ducha normal. Es de esas modernas con demasiados botones, y todos están en ruso.
Oh, no.
—Bueno, Eden, ¿qué tan difícil puede ser? —murmuro.
Pulso el primer botón que parece más obvio, pero no pasa nada. Pruebo otro y tampoco. Empiezo a impacientarme, así que prieto otro más fuerte.
¡FOOOSH!
Un chorro de agua helada sale disparado con la fuerza de un tsunami.
—¡Mierd4! —exclamo sin pensar.
Intento apagarlo, pero en vez de eso ahora el agua está saliendo de varios ángulos. Es como si estuviera dentro de una lavadora industrial.
—¡No, no, no, maldit4 cosa del demonio!
Empiezo a pulsar botones al azar, pero solo lo empeoro. Ahora sale agua caliente, después fría de nuevo. Intento salir a ciegas, pero me resbalo, estiro la mano para agarrarme de algo y… lo siguiente que escucho es el “crash” de un adorno de cristal que estaba en una repisa. Se cae al suelo y se hace pedazos.
—¡Oh, por favor! —protesto.
Levanto el pie para esquivar los vidrios, pero es demasiado tarde.
—¡Agh! —Uno de los pedazos se clava en la planta de mi pie. Por supuesto que me tenía que pasar esto.
Doy un pequeño salto de dolor y termino envuelta en la cortina de baño como un maldit0 burrito humano.
—Perfecto, simplemente perfecto.
Consigo salir como puedo, aún envuelta en la toalla, cojeando hacia la puerta porque claramente necesito ayuda.
La abro con torpeza y me congelo en seco, porque frente a mí, mirándome como si fuera un desastre andante, está Dmitry Volkov.
Con los brazos cruzados y una expresión que no muestra ni un rastro de emoción.
—No tienes ni una hora aquí y ya estás causando problemas —dice en un tono tan frío que podría congelar el infierno.
Trago saliva. No me gusta cómo me mira. Es una mirada de esto fue un error, mezclada con qué hago con este desastre ambulante.
—Yo… lo siento, es solo que… la ducha… está en ruso… y…
Me interrumpe con un suspiro de exasperación y simplemente entra al baño.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto nerviosa.
Ignorándome por completo, camina directo a la ducha sin importarle que el agua lo empape entero. Aprieta un botón con calma y el agua se apaga al instante.
Entonces, todo se queda en un incómodo silencio que me hace sentir como una completa idiota.
Dmitry se gira hacia mí con la camisa negra pegada a su cuerpo, marcando cada pectoral, cada músculo.
—Solo tenías que cambiar el idioma a inglés —dice, señalando un pequeño botón en la esquina.
Oh, por Dios. Había un botón para cambiar el idioma.
Y yo aquí, luchando como una cavernícola con la tecnología avanzada.
Abro la boca para decir algo, pero mis ojos siguen pegados a su pecho. Maldit4 sea, es como una estatua griega hecha de hielo y pecado.
Él nota hacia dónde estoy mirando.
—Deberías cubrirte.
¿Qué? ¿Cubrirme?
Entonces lo siento, el aire frío contra mi piel. La maldit4 toalla se está deslizando peligrosamente.
—¡Ah! —me apresuro a sostenerla con ambas manos, sintiendo que me pongo roja como un tomate.
Dmitry solo me observa con su mirada gélida y desapasionada.
—Cura la herida del pie. No queremos que ensucies la alfombra con sangre.
Y sin más, se da la vuelta y se va. Yo, aún boquiabierta, sigo congelada en mi lugar.
¿Acaba de decirme que no ensucie la alfombra con mi sangre? Ni un ¿te encuentras bien?, ni un ¿necesitas ayuda?, solo "no manches la alfombra, inútil."
Este hombre es un iceberg con patas. Un demonio de traje, un maldito Freezer.
Sí. Así lo llamaré a partir de ahora.
Miro mi pie sangrante y luego a la puerta por la que desapareció.
Dios mío, ¿en qué me metí?