Michèle
Ella ha subido.
Me miró a los ojos, y ha subido.
Y yo, me quedé allí. Solo, como un idiota.
No me moví. Ni siquiera para recuperar el aliento.
No hay nada más violento que un silencio que sabe.
Y el suyo, Lucia, esta noche, sabía
todo.
Quise hablar, decir algo.
Pero sabía que ya no tenía las palabras.
Y que si aún las tuviera, no servirían de nada.
Me quedé sentado allí, en esta cocina que huele a pan tibio y al final de todo.
La escuché subir las escaleras, paso a paso, con esa lentitud implacable que decía:
No volveré atrás.
Y tal vez nunca lo haga.
Podría decir que lo hice por ella.
Para protegerla.
Para alejarla de este mundo de buitres.
Pero es falso.
Lo hice porque no soporté verla volverse libre
verla elegir sin mí.
Renacer sin mí.
Y quizás, sí, quizás sobre todo porque había pertenecido a mi hermano antes que a mí.
Y eso, nunca supe digerirlo.
Él lo tenía todo, la mirada, el carisma, pero no la luz, tenía esa oscuridad qu