Lucia
No tomé el metro.
No llamé.
No le avisé a nadie.
Ni siquiera verifiqué la hora.
Salí del café como se sale de una escena del crimen. Con el sobre todavía en mí, como una hoja aún tibia. No pensé. O más bien, pensé demasiado rápido. Como si hubiera reconocido lo inevitable. Como si cada paso me acercara a una verdad que mi cuerpo conocía antes que yo.
Y ahora estoy aquí.
Delante de la puerta.
Habitación 11.
No se parece a nada. O tal vez a todo. Es negra, sin manija, grabada con un número como se grabaría una tumba. La pintura se descascarilla ligeramente alrededor de los bordes, como si la madera misma rechazara lo que encierra. El pasillo está inmóvil. Ningún ruido. Ni siquiera el de mi respiración.
Toco mi bolsillo. El sobre sigue allí. Arrugado. Frío. Vivo.
Late como una segunda piel, como un órgano de más.
Siento que no debería estar aquí.
Pero lo estoy.
Y peor: entiendo que siempre se suponía que debía regresar.
Entonces golpeo.
Una vez.
Dos.
El silencio me responde. Denso.