Mundo ficciónIniciar sesiónArmyn estaba atrapada en aquel horrible calabozo oscuro, un lugar que parecía absorber toda la luz y la esperanza que alguna vez había tenido.
Temblaba de frío y miedo, su cuerpo encogido en una esquina, mientras el hambre la consumía lentamente. Las sombras danzaban a su alrededor, y la única fuente de consuelo era la luz de la luna que se filtraba a través de una pequeña rendija.
Miraba esa luz plateada, deseando que la Diosa Luna la escuchara, que la salvara de su cruel destino.
“Diosa Luna, sálvame, por favor, soy inocente. Sé justa conmigo”, suplicaba, en silencio, sus pensamientos llenos de desesperación.
Fue entonces que escuchó unos pasos resonantes en el pasillo, cada uno de ellos retumbando en su pecho como un tambor de guerra. Su corazón latió con fuerza, anticipando lo que vendría.
Las puertas del calabozo se abrieron de golpe, y allí estaba él. Era Riven, su Alfa, el hombre que había amado y temido al mismo tiempo.
La luz de la luna brillaba intensamente, quemando sus ojos, pero pronto se adaptó y lo observó.
Riven la miró fijamente, y en su mirada había una mezcla de furia y desdén.
El lobo interior de Riven aulló de dolor; le entristecía ver a su mate en ese estado, tan lleno de rabia.
“¡Libérala, no seas cruel, es mi mate, la amo!”, resonaba en su mente, pero Riven, preso de su rencor, no fue capaz de ceder.
Se acercó a ella, su figura imponente proyectando una sombra amenazante.
—¡Casi matas a mi cachorro y a Tena! —gritó, su voz dura como el acero—. Pero no lo lograste, se salvaron. ¿Estás triste?
Armyn sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.
—¡No lo hice! —sollozó, su voz quebrándose bajo la presión de la injusticia—. Me crees la peor hembra, pero soy inocente, quieras o no, Riven.
—Cállate, loba mentirosa —respondió él, su tono lleno de desprecio—. Pagarás caro tu error. ¡Voy a rechazarte! Obtendrás lo que querías. Mañana, en la noche de luna llena, te rechazaré ante la manada, y luego, te exiliaré a la casa de la montaña oscura. No quiero verte nunca más. Tena será mi nueva Luna.
El corazón de Armyn se rompió en mil pedazos al escuchar esas palabras.
Sintió rabia y dolor tan profundos que casi pensó que era su loba interior, aquella que no conocía, sufriendo por ella.
Pero Armyn, en un acto de desafío, comenzó a reír.
Su risa resonó en el oscuro calabozo, un sonido que hizo que Riven sintiera escalofríos recorrer su espalda.
—¿Qué es tan gracioso, Armyn? —preguntó él, su voz tensa, casi temerosa.
—¡Tú, eres un pobre Alfa! —gritó ella, su risa, convirtiéndose en un eco de locura—. Tu padre se revolcaría en la tumba al ver lo débil que eres. ¡Ellas te mienten y tú les crees!
Riven alzó la mano, casi a punto de golpearla, pero se contuvo. La ira y la confusión lo consumían.
—¡Pégame, haz lo que sea conmigo! —exclamó ella, su voz llena de desafío—. Eso no va a quitar que eres un ridículo Alfa. Te desprecio, y te rechazaré. Nunca te amaré, aunque ruegues.
Alfa Riven no pudo soportar más. Su lobo interior aullaba, clamando por liberarse.
Salió rápidamente del calabozo, golpeando la pared con fuerza y maldiciendo en voz baja.
“Es una mala hembra, no merece nada, lobo tonto, no debes amarla”, resonaba en su mente.
“¡Estás equivocado, Riven!”, respondía su lobo, Ónix, pero Riven no escuchó.
La rabia lo consumía, y el dolor de la traición lo mantenía prisionero.
***
A la noche siguiente, Armyn fue liberada.
La llevaron a empujones hacia la cocina, su cuerpo débil y cansado, pero su espíritu aún resistía.
Las sirvientas la miraron con desprecio, entregándole una bandeja de oro con comida.
—¡Servirás la mesa en la fiesta! No intentes escapar —le advirtieron, y Armyn supo que era una humillación más.
Caminó lentamente, su mente maquinando un plan.
Antes de servir, tomó un bocado de la comida, necesitaba tener energía, necesitaba escapar.
Mientras masticaba, escuchó un ronroneo interior, una chispa de esperanza.
¿Podría ser su loba despertando? Sabía que su loba era débil, todos lo sabían, pero quizás, solo quizás, podría venir a ayudarla a salvarse de todo esto.
Cuando llegó a la fiesta, sirvió las mesas con la cabeza en alto. Todos la miraron, los ancianos horrorizados, otros sorprendidos, algunos la maldecían en voz baja.
Tena la observó con una sonrisa burlona, mientras Luna Phoebe llevaba a la cachorra en sus brazos, exhibiéndola como una futura heredera.
Esa imagen revolvió el estómago de Armyn, una mezcla de celos y dolor.
Entonces, el ritual comenzó.
La sacerdotisa se adelantó, y Armyn sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
La ceremonia de rechazo era un evento que marcaba vidas, y el peso de la inminente traición la aplastaba.
La sacerdotisa realizó el ritual con solemnidad, y Armyn sintió cómo su corazón latía con fuerza, cada golpe resonando como un tambor de guerra.
Riven se acercó, su mirada fija en ella, y Armyn supo que el momento había llegado.
—¡Esta omega intentó matar a Tena y su cachorra! —anunció él, su voz resonando en la sala—. La manada Roca Fuego no tolera asesinas, no tolera traiciones, ni maldad.
Armyn comenzó a reír, una carcajada visceral que crispó los nervios de todos los presentes.
—¡Armyn! —gritó Luna, Phoebe, subiendo al escenario con furia.
Tomó el látigo de plata y la golpeó, el impacto la dejó sin aliento.
Armyn soltó un aullido de dolor, cayendo al suelo, su cuerpo temblando.
La sacerdotisa hizo una señal, y el silencio se apoderó del lugar.
—Ahora, Alfa Riven, la Luna llena está en esplendor —dijo, su voz grave y resonante.
Riven miró a la luna llena, y sintió en su interior un dolor que pesaba como una piedra.
Su lobo interior aullaba, la conexión que sentía con Armyn era innegable.
—Yo… Yo, Alfa Riven… ¡Te rechazo a ti, Luna Armyn! ¡Como mi mate y pareja destinada! Nunca quiero volver a aparearme contigo, ni amarte otra vez.
Armyn tocó su pecho, sintiendo un dolor que quemaba como fuego. Soltó un alarido, las lágrimas corriendo por sus mejillas, casi matándola.
—Yo… Armyn de la manada extinta Ígnea, acepto tu rechazo. ¡Y te rechazo a ti, Alfa Riven! Te rechazo como mi Alfa, como mi amado, como mi pareja destinada, y nunca te perdonaré.
Riven sintió un dolor profundo, un vacío que lo consumía.
Tocó su pecho, pero no se dejó caer. La miró fijamente, y en ese instante, comprendió que ella lo había rechazado.







