Mundo ficciónIniciar sesiónLuna, Phoebe no dejaba de llorar. Sus sollozos retumbaban en los pasillos del hospital como un eco maldito, quebrando la calma de la noche.
Sus ojos rojos, inflamados, reflejaban el terror más profundo: perder al cachorro que crecía dentro del vientre de Tena, la joven loba que se había convertido en la esperanza de su linaje.
—Si el cachorro muere… —dijo entre jadeos—. Si mi nieto no sobrevive, yo tampoco lo soportaré…
El doctor, con la bata manchada por la urgencia, salió de la habitación con gesto grave.
—Tendremos que hacer una cesárea. La placenta está en peligro, y la vida del bebé pende de un hilo. No hay tiempo que perder. Debemos trasladarla al quirófano.
El Alfa Riven, que escuchaba desde un rincón como un lobo acorralado, asintió con un gruñido.
—Háganlo. Salven al cachorro.
Las órdenes se cumplieron de inmediato.
El hospital se llenó de voces, de pasos apresurados, del metálico olor de la sangre que ya impregnaba el aire.
Mientras tanto, Luna Phoebe apretaba su manto entre las manos, temblando. Sus labios se torcieron en una mueca de odio y resentimiento, y con un movimiento de cabeza llamó a una de sus criadas más fieles.
—Cumple mi orden —murmuró con voz venenosa—. Quiero que ella sufra. Que pague cada segundo de su existencia.
La omega asintió, sin atreverse, a cuestionar a la Luna madre, y desapareció como una sombra.
***
En el palacio del Alfa, la oscuridad pesaba como una losa.
Las mazmorras eran húmedas, con olor a moho y cadenas oxidadas.
Ahí, encogida en un rincón, estaba Armyn. Sus labios temblaban, su cuerpo se sacudía con escalofríos. El frío era insoportable, pero lo que realmente la quebraba era el miedo: el miedo a no volver a ver la luz del amanecer, el miedo a morir señalada como traidora.
“Debí escapar ayer”, pensó, hundiendo la frente contra las rodillas.
La idea la atravesaba como un cuchillo.
Podría haber huido, podría haber corrido entre los árboles hasta perderse en el bosque, donde al menos tendría la protección de la Luna.
Pero ya era tarde. Ahora solo tenía esa cárcel, la oscuridad y sus propias lágrimas.
La puerta chirrió de pronto.
Un haz de luz se coló en el calabozo, obligándola a entrecerrar los ojos. Tres lobos entraron, hombres corpulentos con el brillo salvaje en la mirada.
Sus sonrisas eran torcidas, cargadas de lujuria y hambre.
—Vamos, perrita —dijo uno con voz ronca—. Hoy serás nuestra. Después te romperemos hasta que apenas respires. Tal vez así se te quite lo inmunda.
Armyn retrocedió, pero la pared le impidió escapar. Sus manos temblaban, sus uñas arañaban la piedra como si pudiera abrir una salida.
Sintió el olor fétido de sus cuerpos, el calor asfixiante de su cercanía.
Entonces gritó, un aullido desgarrador que llenó la celda, un grito que no era solo humano, sino también de loba.
Y fue ese grito lo que desató la tormenta.
Un rugido poderoso irrumpió en la prisión, un rugido que heló la sangre de los agresores.
Era la voz de un Alfa, una advertencia y una condena.
Los tres lobos apenas tuvieron tiempo de girarse antes de que la furia de Riven cayera sobre ellos.
Su fuerza era la de un huracán: garras fuertes, colmillos afilados.
Los lobos fueron arrancados del suelo y arrojados contra los muros, sus gargantas abiertas por la brutalidad del Alfa.
La sangre salpicó las piedras, el hedor metálico se mezcló con el miedo.
Riven respiraba con violencia, su pecho subiendo y bajando como el de una bestia que aún no ha saciado su sed. Sus ojos, dos brasas encendidas, se posaron sobre Armyn.
Ella, temblando, con la ropa desgarrada, parecía un cordero a punto de ser sacrificado.
El Alfa los arrastró fuera de la celda y arrojó los cuerpos como si fueran despojos sin valor. Los guardias, al ver aquello, retrocedieron aterrados.
La voz de uno de ellos tembló:
—Fue una orden… de Luna, Phoebe…
Riven gruñó, y el sonido fue tan oscuro que hizo que hasta los muros vibraran.
—Escúchenme bien. Si alguien vuelve a tocar a mi Luna, lo mataré con mis propias manos. Nadie puede poner un dedo sobre ella. Nadie.
El silencio fue absoluto.
Los guardias asintieron, se apresuraron a retirar los cadáveres y se deshicieron de ellos bajo el peso de la noche.
Nadie se atrevió a contradecir al Alfa.
Su voz había sido clara: Armyn era suya.
Sin embargo, una noticia llegó como una flecha: debía acudir al hospital y él volvió a ese lugar.
**
Cuando Riven entró en el hospital, todos lo miraron, agacharon sus miradas, rindiéndose ante el Alfa. Y entonces lo escuchó: un llanto frágil, el sonido más puro que jamás había oído.
Una cachorra había nacido.
—¡Es una hermosa bebé! —exclamó una enfermera—. Es tan parecida a tu hermano.
La comparación lo atravesó como un puñal.
La culpa lo aplastó: había fallado en proteger a su hermano de los hibrimorfos, y la herida de esa pérdida nunca sanaría. En silencio juró que exterminaría a cada uno de esos monstruos.
Luna Phoebe sostenía a la pequeña, sus manos temblorosas acariciaban el frágil rostro.
—Alfa Riven, tienes que casarte con Tena. Debes hacerla tu Luna.
Las palabras lo hicieron levantar la cabeza con furia.
—¿Qué dices? Ya tengo una Luna. La Diosa me unió a Armyn. No voy a traicionar ese vínculo que mi padre deseaba tanto.
Pero Phoebe lo fulminó con la mirada.
—Armyn intentó matar a Tena y a esta cachorrita. Es una Luna defectuosa, una omega miserable.
La bebé comenzó a llorar y una enfermera se la llevó.
El sonido quedó grabado en el corazón de Riven, desgarrándolo.
—¿Cómo puedes decirme eso? —rugió él—. ¿Vas a obligarme a negar lo que soy, lo que me une a ella?
Phoebe escupió las palabras como veneno:
—Necesitas una Luna fuerte, capaz de darte cachorros. Armyn no sirve, no puede darte ni un hijo. En cambio, Tena ya te dio una hija, y pronto te dará un Alfa fuerte. Hazlo por la memoria de Draker.
El nombre de su hermano cayó como un látigo. Riven bajó la mirada, sus puños temblaban.
—No puedo…
—Entonces morirás por Armyn, como ella mató a tu padre. —Los ojos de Phoebe ardían con furia—. ¡Eres un cobarde!
Riven no respondió.
Entró en la habitación donde Tena, aún débil, lo esperaba.
Ella lo miró con lágrimas brillando en sus ojos.
—Alfa… ella intentó matar a mi hija. Le ruego que no me abandone. No deje que me quite a mi bebé.
Riven la observó, y la duda lo desgarró.
Pero al final, la voz de la manada, de la tradición y de la sangre lo venció.
—No te irás, Tena. Porque tú serás mi nueva Luna. Armyn no merece ese título.
Tena se aferró a él, sonriendo. La victoria brilló en sus ojos como una joya envenenada.
“Yo gané”







