Armyn estaba atrapada en aquel horrible calabozo oscuro, un lugar que parecía absorber toda la luz y la esperanza que alguna vez había tenido.Temblaba de frío y miedo, su cuerpo encogido en una esquina, mientras el hambre la consumía lentamente. Las sombras danzaban a su alrededor, y la única fuente de consuelo era la luz de la luna que se filtraba a través de una pequeña rendija.Miraba esa luz plateada, deseando que la Diosa Luna la escuchara, que la salvara de su cruel destino.“Diosa Luna, sálvame, por favor, soy inocente. Sé justa conmigo”, suplicaba, en silencio, sus pensamientos llenos de desesperación.Fue entonces que escuchó unos pasos resonantes en el pasillo, cada uno de ellos retumbando en su pecho como un tambor de guerra. Su corazón latió con fuerza, anticipando lo que vendría.Las puertas del calabozo se abrieron de golpe, y allí estaba él. Era Riven, su Alfa, el hombre que había amado y temido al mismo tiempo.La luz de la luna brillaba intensamente, quemando sus ojo
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