Capítulo: Reina Alfa

—¡Yo, Armyn, rechazo a la manada Roca Fuego y los maldigo a todos, a sus Alfas, a sus Lunas, a sus hembras y machos y sus cachorros por mil años y mil generaciones! —gritó

Todos comenzaron a reír, como si sus palabras  no valieran nada.

Era como si Armyn hubiese enloquecido y olvidara que todos la veían como una omega débil.

La rabia la consumió y en ese momento, Riven la miró con dolor. Pero, casi al instante, ocurrió algo que cambió todo.

Armyn se convirtió en loba, un momento que tomó por sorpresa a todos los presentes.

Era una hermosa loba blanca, con un pelaje que brillaba como la nieve bajo la luz de la luna, y ojos dorados que destilaban una fuerza antigua. La transformación fue un acto de liberación, pero también de desesperación.

Armyn sintió la energía fluir a través de ella, una fuerza primigenia que la impulsaba a correr lejos de allí.

Nadie conocía a su loba, pero ahora podían ver su majestuosidad.

La belleza de su forma lupina contrastaba con el caos que la rodeaba.

Al verla escapar, Riven sintió un fuerte miedo apoderarse de su corazón. Su lobo emergió, una bestia imponente que no podía ignorar el llamado de su compañera.

 Sin pensarlo dos veces, corrió tras ella, seguido de su ejército, una manada de lobos decididos a proteger a su Alfa.

Armyn corría a toda velocidad, sintiendo el viento golpear su rostro, el frío de la noche envolviendo su cuerpo.

 Era liberador y aterrador al mismo tiempo.

Su loba, Astrea, era débil, pero Armyn la incitaba con cada fibra de su ser.

“Por favor, no te rindas, sé fuerte, lucha, no dejes que nos atrapen, no quiero sufrir más”, le susurraba en su mente, alentando a su espíritu a seguir adelante.

Astrea respondió al llamado de su humana, corriendo con todas sus fuerzas, hasta que finalmente salió de las fronteras del bosque.

Las sombras de los árboles se desvanecieron a su alrededor, y el claro de la luna iluminó su camino.

Pero el peligro no había desaparecido; el eco de los aullidos de los lobos resonaba en la distancia, y Armyn sabía que no podía permitirse ser atrapada.

Corrió hasta un claro, el sonido de sus patas golpeando el suelo, resonando como un tambor en la noche.

Pero entonces escuchó a los lobos, sus aullidos eran un recordatorio de que no estaba a salvo.

Sin pensarlo, se transformó de nuevo en su forma humana, cayendo al agua de un arroyo cercano. Se hundió, aguantando la respiración, su corazón latiendo con fuerza mientras esperaba que los cazadores pasaran de largo.

Los lobos caminaron por el área, buscando cualquier señal de su presa, pero un ruido a lo lejos captó su atención.

Corrieron a toda velocidad, y Armyn aprovechó la oportunidad para salir del agua.

Respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire fresco de la noche, y rápidamente se transformó de nuevo en loba.

Sin mirar atrás, corrió lejos de allí, su instinto de supervivencia guiándola.

La loba Astrea sentía un cansancio abrumador.

Había corrido toda la noche, y la adrenalina comenzaba a desvanecerse.

Armyn había estado lejos de la manada Roca Fuego, pero la frontera era peligrosa.

La frontera era un territorio desconocido, un lugar donde las alianzas podían cambiar en un instante.

Finalmente, la loba se detuvo, se sentó para descansar y, exhausta, se quedó dormida detrás de un árbol, oculta de la vista.

Pero cuando abrió los ojos, el terror la envolvió. Estaba rodeada por lobos, y el pánico se apoderó de su corazón.

Miró a su alrededor, y su instinto, le decía que no eran lobos de Roca Fuego.

Los ojos de las criaturas brillaban con una intensidad que le provocaba escalofríos. Los lobos aullaron, y en un instante, se transformaron en figuras humanas, hombres fuertes y decididos que la miraban con respeto.

—¡Bienvenida de vuelta a casa, Alfa de Ígnea! —dijo uno de ellos, su voz resonando en el aire como un eco ancestral.

Los machos se arrodillaron ante ella, un gesto de devoción que la dejó atónita.

Armyn volvió a su figura humana, tomando algo de ropa que le ofrecieron y cubriéndose, aún aturdida por lo que estaba sucediendo.

—¿Quiénes son? ¿Qué quieren de mí? —preguntó, su voz temblando entre la confusión y la curiosidad.

—¡Alfa, solo queremos servirla y ser leales a usted! Es nuestra Alfa de Ígnea, nuestra Alfa reina —respondió otro hombre, su mirada llena de admiración.

Armyn los miró, observando las marcas en sus cuellos.

Ella misma tenía esa marca, un lunar rojizo grande que la vinculaba a ellos.

—¡Son… de la manada Ígnea! —exclamó, el reconocimiento golpeando su corazón con fuerza.

La historia de su manada, de su hogar, regresaba a ella como un torrente de recuerdos olvidados.

—Alfa, la hemos buscado por tantos años —dijo el primero, su voz llena de emoción—. Su olor y su aullido nos atrajeron. La devolveremos a su manada, a su hogar.

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