La puerta del ático se cerró con un golpe seco, sonando como una sentencia inapelable. El eco retumbó por los pasillos como una advertencia. Viktor bajó la mirada hacia su costado, donde el cuchillo lo había alcanzado. La tela negra de su camisa estaba empapada en sangre. No era una herida profunda, pero ardía como si hubiese sido hecha con fuego. Su mandíbula se tensó.
Se giró hacia Alina, su rostro estaba endurecido por una furia apenas contenida. No dijo nada más por un buen rato, pero la intensidad en su mirada hablaba por él. Estaba impactado por su reacción. Esperaba esto de cualquier persona, jamás de ella. En ese instante, más que dolor, sentía traición.
—¡Boris! —bramó con voz áspera, como una bestia herida y desquiciada.
El hombre apareció casi al instante, con la espalda recta y la mirada alerta.
—Diga, señor.
—Quédate aquí. No le pierdas el paso ni por un segundo. Registra cada rincón de este maldito ático. Revisa gavetas, armarios, paredes si es necesario. Quiero que ret