Después del atentado donde Alina temió por la vida de Viktor, quedó predispuesta y aprensiva, nerviosa.
Esa tarde precisamente en el ático una sensación extraña extraña se derramaba espesa por su pecho como miel amarga. El cielo, cubierto de nubes opacas, anunciaba un presagio que Alina no podía descifrar, pero que sentía clavado como una aguja en el pecho. Desde el atentado en el baile de la mafia, Viktor no se había despegado de ella. Su sombra la envolvía incluso cuando no lo veía.
Alina se encontraba en su habitación, frente al ventanal que daba a la pequeña terraza que tenía la habitación principal. Llevaba un vestido blanco, simple, de tirantes finos. El viento le movía el cabello suelto, brillante como los rayos del mismo sol que aunque quisiera no podía salir. Su mirada era punzante como si tuviera un interés particular en encontrar algo más allá del horizonte.
El sonido de su teléfono la sobresaltó. Se adentró a la habitación y lo tomó. Al mirar en la pantalla se dio cuenta q