La habitación seguía envuelta en un silencio espeso, sólo interrumpido se veía interrumpido por el roce de su jeans en contra del parquet del piso mientras Viktor caminaba ansioso de un lado al otro en el reducido espacio cerca de la cama. No dijo nada. Miró a Alina. Como si buscara algo en ella que ni ella misma conocía. Alina se estremeció.
—Te voy a dar una salida —dijo al fin rompiendo el silencio en un tono de su voz grave, cortante—. Una sola. No te la voy a repetir.
Ella alzó la vista, desconfiada.
—¿Qué clase de salida?
Viktor se detuvo frente a ella, a escasos pasos. No parecía un hombre herido, ni un amante traicionado. Parecía un rey dictando sentencia.
La tormenta de ira y tensión provocada por el intento de huida de Alina pareció haberse disipado, al menos en apariencia. Habían pasado horas desde el encuentro íntimo que los unió con una fuerza casi violenta, marcada por la rabia contenida y el deseo enfermizo. Alina, tras ese desahogo, se alejó de él sin decir palabra, si