Después de ese encuentro tan intenso, la relación entre Alina y Viktor se tornó, por llamarlo de algún modo, más llevadera. No porque hubiera cariño, ni comprensión, ni siquiera una tregua verbal. No. Lo único que parecía funcionar entre ellos, lo único que les otorgaba cierta armonía, o al menos un respiro de las tensiones subyacentes, era el espacio compartido donde el deseo se desbordaba sin pedir permiso.Era en los rincones oscuros, en habitaciones cerradas, sobre superficies frías o sábanas revueltas, donde comenzaban a entenderse. Allí, sin máscaras ni discursos, hablaban el mismo idioma: el de la necesidad cruda, el del control compartido, el del sometimiento intermitente. Viktor encontraba en Alina algo que no sabía que buscaba: una sumisión silenciosa que no nacía del miedo, sino de una especie de resignación lúcida, casi desafiante. Pero también, cada tanto, surgía en ella un fuego inesperado que lo dejaba desconcertado.Ella, por su parte, aún no tomaba la iniciativa. No d
—Hoy iré a la academia —dijo Alina aquella mañana, dos días después del extraño encuentro de Viktor con Laura.Viktor no respondió de inmediato. Apenas giró ligeramente el rostro, como si su voz no fuera más que un ruido de fondo. Decidió no hablarle de Laura. No lo consideraba necesario. Nada de lo que esa mujer pudiera decir o hacer tenía relevancia para él. Jamás había tenido interés en ella, y de haberla considerado en algún momento seguro seria para algo tan superficial como con cualquier otra en su historial de conquistas destinadas al olvido. Había encargado a un hombre que la siguiera, y hasta ese momento la información que le había revelado no era nada útil. Una pérdida de tiempo. No le gustaba hablar. No de lo suyo. No de lo interno. Aprendió a guardar silencio como se aprende a respirar: con instinto y necesidad. En su mundo, mostrar era exponerse. Exponerse era morir. No había espacio para confidencias ni para empatías. Había vivido tanto tiempo en soledad emocional que c
Para Viktor, un breve momento en el que estimuló el morbo de Alina fue suficiente. No para aplacar el deseo que ella encendía en él como lava dormida en las entrañas de un volcán, sino para avivarlo aún más. Ella era tierra fértil sobre la que su fuego amenazaba con desbordarse. Era un deseo constante, latente, que sabía controlar… hasta ahora. Porque solo Alina había logrado provocar ese tipo de obsesión. Solo ella lo hacía perder el control, deseándola una y otra vez como a ninguna otra.Para un hombre como Viktor, ese nivel de interés sostenido era desconcertante, incluso perturbador. No estaba acostumbrado a necesitar a nadie. No por tanto tiempo. No con esa intensidad.Ella estaba sentaba a su lado en el asiento del copiloto, el aroma de su perfume flotaba en el aire del lujoso auto que descansaba en el silencioso garage subterráneo. Las luces eran tenues, proyectando sombras largas sobre el capó reluciente del coche negro. Afuera, la calle se cerraba como un secreto, pero adentr
Alina cruzó las puertas de la academia totalmente distraída. La sensación del beso que Viktor le dio la dejó algo aturdida por no decir que bajó sus defensas. Mientras tanto desde la distancia una figura femenina cruzó el umbral que dividía el pasillo principal con el área de descanso con paso tímido pero medido, los hombros levemente encorvados, como si intentara encogerse en su propia sombra. Su cabello castaño oscuro, recogido en un moño desordenado, dejaba ver un rostro sereno, demasiado sereno para alguien que decía ser nueva y en ese mundo. Llevaba la indumentaria típica de todas las que transitan por todas esas áreas, malla negra, pantimedias rosas y falda de gasa gris, aunque su portación parecía demasiado perfecta, como si cada prenda hubiese sido colocada con propósito.Nadie notó su llegada con demasiado detalle. Después de todo, nuevas alumnas llegaban todo el tiempo. Ella sabía eso.Desde la esquina de la sala de espejos, se camuflaba entre otras jóvenes que estaban hacie
—¿Lista? —preguntó Alina en voz baja, apenas audible por encima del bullicio lejano de la ciudad. La joven se detuvo a su lado, al pie de las escalinatas de la academia, y asintió.—Sí —respondió la muchacha, acomodándose un mechón rebelde de su cabello castaño. Ahora lo llevaba recogido en dos largas trenzas de cola de pescado, separadas por una discreta abertura en el centro de su cabeza, un peinado que la hacía parecer aún más joven, casi una niña escapada de algún cuento antiguo.Alina le dedicó una media sonrisa, algo ausente, mientras echaba un vistazo hacia el cielo que en ese instante se veía despejado. Algo raro en esa época dle año donde siempre llovía por todo y nada.—Pues vamos. Debo estar de regreso antes del anochecer. —La instó, comenzando a caminar con cierta prisa. Aunque Viktor no le había impuesto una hora de llegada a buscarla, Alina intuía que él conocía cada uno de sus movimientos mejor que ella misma. Era inútil pensar en huir. Más aún, no tenía verdaderament
El aire de la habitación de Alina olía a humedad y desesperanza. La pequeña habitación de paredes mugrientas apenas podía ofrecerle refugio. Ella estaba acurrucaba en un rincón, tratando de volverse invisible. La cama, más que un lugar de descanso, era un simple trozo de madera cubierta con sábanas raídas. La luz del sol nunca alcanzaba a penetrar las rendijas de la ventana, que siempre estaba cerrada para evitar que el frío nocturno la invadiera. Aún así, el aire gélido parecía siempre colarse a través de las grietas en las paredes.—¡No sirves para nada! —gritó Adalberto, su padrastro en un tono de voz grave y venenosa, la cual resonaba en las cuatro paredes que la atrapaban.Antes de que Alina pudiera reaccionar, un bofetón cruzó su rostro. El impacto la hizo tambalear, y la sangre, cálida y espesa, resbaló por su labio partido, tiñendo de rojo su piel pálida. La sensación del dolor no era nueva; estaba acostumbrada a esos golpes, esos gritos, la humillación constante que la despoj
La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las enormes ventanas del ático, iluminando las elegantes líneas de un lugar diseñado para impresionar. Alfombras persas cubrían el suelo, muebles de madera oscura se alineaban con impecable simetría, y cuadros de artistas renacentistas adornaban las paredes. La perfección estaba en cada rincón de la estancia, pero lo que más destacaba era la quietud, el silencio absoluto que reinaba en ese espacio. La misma calma que caracterizaba a Viktor Koval.En la cama, una mujer sollozaba. Su cuerpo temblaba bajo las sábanas de seda, completamente desnuda, mientras sus ojos se llenaban de terror. Sus labios temblaban, pero no emitían sonido alguno. Viktor, de pie junto a la cama, la observaba con una fría indiferencia. Su mirada era helada, como si estuviera viendo a una simple pieza en un juego que no tenía reglas. Su rostro, impasible, reflejaba la perfección de un hombre que no tenía cabida para la compasión.—¿Pensaste que significabas algo p
La noche había caído pesada, como una manta de oscuridad que envolvía la ciudad. Alina corría, o más bien, caminaba sin rumbo fijo, mientras el viento frío le golpeaba la cara, haciendo que sus rubios cabellos volaran desordenados detrás de ella. Aquel era el primer paso hacia su libertad, pensó, sin miramientos. La huida.Miró su reloj de mano que estaba cubierto por el algodón del suéter que llevaba puesto para cubrirse del frío, comprobó que había transcurrido hora desde que abandonó el lugar que había considerado su hogar. Ni cuenta se dieron cuando ella no solo se dio el tiempo de recoger hasta la última prenda, hasta el último artículo personal que tenía de los pocos que Adalberto le había dejado, entre ellos el reloj que llevaba puesto, el último recuerdo que le dejó su hermano Efren antes de irse de casa por el mismo motivo que ella lo hizo minutos atrás, ella si aguantó, él no. Lleva tres años sin saber de él, no sabe donde encontrarlo, ni siquiera un número donde llamarlo