Al principio fue solo un murmullo. Una voz escapando por los ladrillos agrietados de Villa Carranza, como una corriente de aire tibio en medio del crudo invierno.
“Roque está muerto.”
“Lo mató el chico… Santi.”
En Danma City, donde el miedo había secado las gargantas durante años, las palabras eran piedras lanzadas al agua estancada. Y cada piedra creaba ondas. Primero pequeñas. Luego más grandes. Hasta que la ciudad entera comenzó a vibrar.
---
En un edificio derrumbado del sector norte, dos ancianos que antes temblaban al oír el rugido de los motores de los Mendoza, escuchaban atentos a un joven mensajero de los túneles.
—Lo vi con mis propios ojos —juró—. Cayó de rodillas. Santi lo enfrentó cara a cara. Roque disparó primero, pero no lo mató. Y cuando cayó, Santi fue quien lo mandó al infierno.
—¿Estás seguro? —preguntó la mujer, con los ojos llenos de esperanza y miedo a la vez.
—Tan seguro como de que todavía estamos vivos.
---
En los pasillos de los mercados negros del