La madrugada caía como un manto espeso sobre Danma City. Las sombras eran más densas que nunca, y en Villa Carranza no se oía ni el canto de un perro. La ciudad parecía contener la respiración.
Santi revisaba su escopeta en silencio. Aquella que había pertenecido a Silvio Mendoza, el hermano de Roque. La misma que Sarah le había quitado. Ahora, con la madera aún marcada de sangre vieja, el arma volvía a ser útil para otra muerte necesaria.
—Todo listo —dijo Luna desde la esquina. Su pistola, la misma con la que había salvado a Santi tiempo atrás, brillaba con un leve destello bajo la luz de una linterna mínima. Estaba tranquila. Firme.
Sarah ajustaba su mochila y se colocaba una chaqueta oscura. Miró a Santi con complicidad silenciosa. Sabía a lo que iban, y no dudaba.
Zarella, en cambio, se quedaría en el refugio con Indira, que dormía más tranquila ahora, sin fiebre. Ella se ofreció para cuidarla y quedarse con los demás, garantizando que el refugio no quedara desprotegido.
Sof