El amanecer apenas asomaba cuando el grupo emergió de una vieja alcantarilla oxidada, oculta entre la maleza en las afueras de Danma City. El aire helado golpeó sus rostros como un recordatorio brutal de que aún estaban vivos. Después de horas caminando por túneles oscuros, húmedos y plagados de ratas, el exterior parecía un espejismo.
Frente a ellos se alzaba Villa Carranza: una colonia abandonada, tragada por el silencio y la desolación. Casas en ruinas, autos oxidados cubiertos de polvo y árboles muertos componían un paisaje que parecía sacado de una pesadilla.
—Pensé que este lugar ya no existía —murmuró Sarah, con la pistola en la mano, la mirada en alerta.
—No para los vivos —dijo Luna, saliendo detrás de ella con paso firme—. Pero eso es lo que lo hace perfecto. Roque no se atreve a mirar aquí.
Luna había sido quien salvó a Santi días atrás, cuando lo dejaron por muerto. Una mujer letal, práctica, sin tiempo para sentimentalismos. Su pistola colgaba de su cinturón, desgasta