El eco de los disparos aún vibraba en las paredes cuando Sarah y Zarella corrieron por el túnel secundario, perdiéndose en la penumbra. Las luces parpadeantes eran cada vez más escasas, y el aire se volvía más espeso, más húmedo. Danma City respiraba sobre ellas como un monstruo dormido, dispuesto a devorarlas si se detenían.
Sarah cargaba a Indira contra el pecho, envuelta en una manta manchada de tierra y sudor. La chica respiraba con dificultad, su frente ardía como carbón al rojo vivo. Cada tanto murmuraba cosas sin sentido: nombres, palabras rotas, gritos silenciosos. A Sarah se le partía el alma con cada jadeo.
—Aguantá, por favor —susurró Sarah, sin dejar de correr—. Solo un poco más.
Zarella iba unos pasos adelante, con el cuchillo en la mano izquierda y una linterna en la derecha. Su rostro estaba tenso, pero no había miedo. Solo furia. Una furia contenida como dinamita lista para estallar.
—¿Cuánto falta para esa salida? —preguntó entre dientes, sin detenerse.
—Debería