Aria no dormía.
El lugar era seguro, limpio, silencioso… demasiado silencioso.
Un silencio que no tenía pasos firmes en los pasillos, ni miradas que quemaran, ni una presencia oscura marcándolo todo.
Y aun así, le dolía.
Se sentó en la cama, abrazándose a sí misma, intentando convencerse de que aquello era libertad.
—Ya no estás con él —se dijo en voz baja—. Ya no tienes que tener miedo.
Pero su cuerpo no escuchaba razones.
Le hacía falta… y eso la aterraba más que cualquier amenaza.
No su voz dura.
No su crueldad.
No su control.
Le hacía falta él.
La forma en que la miraba como si el mundo fuera demasiado pequeño.
La tensión que la consumía cuando estaba cerca.
El fuego oscuro que la hacía sentir viva… incluso cuando debía odiarlo.
—No —susurró, negándose—. No puedo sentir esto. No debo.
Se levantó de golpe, como si así pudiera sacarlo de su piel.
Victtorio Marchetti era peligro.
Era miedo.
Era una jaula dorada.
Y aun así… la ausencia pesaba como una herida abiert