La mansión de Victtorio Marchetti estaba sumida en un silencio tenso, de esos que parecen cargados de electricidad. Mármol negro, escaleras de hierro forjado, y ese olor inconfundible a whisky caro… mezclado con pólvora. Un hogar diseñado para imponer miedo.
Carter entró primero.
La camisa desabotonada, el cabello revuelto, aún jadeando por el forcejeo que tuvo que hacer para contener a Sofia.
Detrás, Victtorio cerró la puerta de un portazo que retumbó en todas las paredes como un trueno.
Ni saludó.
Ni respiró.
Se dirigió directamente al bar, tomó la botella más fuerte y se sirvió un trago hasta el borde.
Lo vació de un golpe.
Ni una mueca.
—Hermano… —intentó Carter, todavía con la adrenalina encima.
Victtorio lo ignoró.
Su respiración era profunda. Lenta. Furiosa.
Hasta que Carter explotó.
—¿Qué mierda fue todo eso, Victtorio? —gritó—. ¡La fiesta, Raquel tirándose encima de ti, el escándalo, Aria llorando en el carro, Sofía intentando arrancarte la cabeza! ¡¿QUÉ. TE. PASA?!
Victtorio