La noche era densa en la casa de los Marchetti. Las luces estaban bajas, los guardias en sus rondas, y los padres de Victtorio dormían en la planta alta, confiados, creyendo que dejar a Aria y Sofía allí era lo más seguro.
No contaban con que su propio hijo irrumpiría como un ladrón.
La puerta trasera se abrió apenas un par de centímetros antes de que una mano enguantada la empujara con suavidad.
Carter entró primero.
—Rápido —susurró, cerrando sin hacer ruido.
Victtorio entró detrás, más sombra que hombre, la mandíbula tensa, el arma escondida bajo la chaqueta. No quería usarla, pero si alguien se atravesaba… no iba a detenerse.
El pasillo olía a madera pulida y perfume caro. Todo demasiado tranquilo. Demasiado perfecto para lo que estaban por hacer.
—A la derecha —murmuró Carter—. La habitación de las hermanas.
Victtorio asintió sin mirarlo, avanzando con pasos silenciosos. Sabía exactamente lo que hacía. Sabía que traicionar la confianza de sus padres era cruzar una línea… pero ya