El cuarto día en la mansión Marchetti amaneció con el mismo silencio tenso que había gobernado desde el intento fallido de escape. Aria ya no lloraba, pero tampoco hablaba. Caminaba, despacio, con la mirada fría, como si cada pensamiento dentro de ella fuera una cadena más que debía romper algún día.
Aria no dormía.
No comía bien.
Y cada día se repetía la misma idea:
Tengo que escapar.
Tengo que salvar a Sofía.
Tengo que recuperar mi vida.
Mientras tanto, Vittorio se ahogaba en su propio caos.
Los barcos intervenidos por la policía.
Un informante fugándose.
Carter insistiendo en que dejara el pasado y el nombre de Isabella reposar.
Victtorio lo notaba. Le irritaba.La calma de Aria, sus ojos altivos, la forma en que no se doblegaba aunque la tuviera prácticamente prisionera… Todo eso lo envenenaba con un deseo oscuro de controlarla.
Esa mañana, mientras Luca revisaba informes y Carter discutía sobre rutas, Victtorio soltó la bomba:
—Me voy a casar con ella.
Luca se atragantó con el caf