En el gran salón principal de la mansión Marchetti, la señora Alessandra Marchetti, una mujer de elegancia gélida y ojos escrutadores, invitó a Aria a tomar el té. Era un interrogatorio disfrazado de bienvenida.
—Siéntate, querida Aria —dijo Alessandra con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Me alegra que Vittorio por fin haya traído a casa a la mujer que ha robado su corazón. Pero tengo que confesar, me tomó completamente por sorpresa. Mi hijo es un hombre... reservado.
Aria sintió la presión. La mentira debía ser perfecta, reflejando el poder posesivo de Vittorio para justificar la prisa. Recordó los detalles que él le había impuesto para la nueva versión.
—Lo entiendo, Señora Vittorio... él es así. Nuestra historia no fue una de cortejo lento, sino de... una decisión irrevocable —Aria adoptó una expresión de misteriosa devoción, mezclada con respeto.
—¿Decisión? ¿De qué tipo? ¿Y cuándo se decidió? Los detalles son importantes, Aria.
Aria tomó aire, tejiendo la nueva fábula con