El amanecer en la manada Luna Creciente llegó suave, con un cielo teñido de tonos dorados y naranjas que pintaban los techos de las casas y el bosque cercano. El aire fresco se colaba por las ventanas abiertas, trayendo consigo el murmullo de los pájaros que saludaban el nuevo día. La vida en la manada había adquirido cierta calma después de los meses convulsos, con familias de Luna Nueva que habían encontrado refugio y una nueva oportunidad entre ellos.
Emili se despertó temprano, como de costumbre. Su vientre, redondeado ya por los cinco meses de embarazo, le recordaba cada mañana que una nueva vida —dos pequeñas vidas— crecía en su interior. Desde que se había enterado de que esperaba gemelos, la emoción la embargaba en cada instante, pero también una ansiedad dulce: quería que su familia lo supiera, que compartieran esa felicidad con ella.
Llevaba semanas esperando este día. Desde que supo que su padre Einar y su madre Lidia habían recibido permiso del alfa Jackson para viajar, ha