La noche había caído sobre los terrenos de la manada Luna Creciente, tiñendo de sombras los bosques y de plata los techos de las casas. El aire era frío, pero cargado de un extraño silencio expectante. Todos sabían que esa noche habría un anuncio importante, y poco a poco los lobos se fueron congregando en la gran sala comunal, el corazón de la manada, donde se celebraban reuniones, banquetes y rituales de unión.
Adrián y Emili habían decidido que era momento de hablar con los suyos. La información que habían recibido de Luna Nueva no podía guardarse más tiempo, y las familias que aún tenían parientes allí merecían claridad.
Cuando la última puerta se cerró y el murmullo fue bajando, Adrián se puso de pie al frente, con Emili a su lado. Su sola presencia imponía respeto. El alfa inspiró hondo y dejó que su voz resonara con firmeza.
—Hermanos, gracias por acudir esta noche. Sabemos que el viaje desde el sur ha sido largo, pero lo que vamos a compartir no puede esperar... — dijo al v