El murmullo de la multitud aún resonaba en la lejanía, pero para Emili ya no existía nada más que aquel aroma que la envolvía como un torbellino. Era cálido, fuerte, imposible de ignorar. Su loba lo reconoció antes que su mente, y un aullido interior sacudió su pecho.
—Es suficiente… —susurró, cerrando los ojos con decisión—. Voy a enfrentar esto. Y si rechacé esta noche a Jackson… puedo rechazar a veinte más.
Sus pasos resonaron en la hierba húmeda, firmes y seguros. El viento le trajo de nuevo esa fragancia única, y la guió como si fueran hilos invisibles atados a su corazón.
Y entonces lo vio.
Adrián estaba de pie entre los árboles, la luz de la luna bañando sus facciones como si todo el bosque conspirara para mostrarle quién había sido suyo desde siempre. En el instante en que sus miradas se cruzaron, los ojos de Emili se dilataron, su corazón comenzó a golpear con fuerza desmedida y su loba aulló, feliz, dentro de su pecho.
Adrián apenas pudo contenerse. Dio un paso, luego otro,