El bosque parecía contener el aliento mientras Adrián y Emili, aún unidos por la fuerza del vínculo recién sellado, caminaban de regreso hacia la cabaña. La brisa nocturna jugaba con las ramas y la luna se mantenía como testigo silencioso de lo ocurrido.
Adrián la llevaba tomada de la mano, pero era más que un simple gesto: era un juramento. El calor de su piel se transmitía en cada paso, y ambos podían sentir el eco de sus corazones latiendo al unísono.
—No puedo creerlo… —murmuró Emili, con una sonrisa que apenas podía controlar—. Tanto tiempo buscando respuestas y al final… estabas aquí.
Adrián la observó de reojo, sus ojos aún brillaban con el dorado de su lobo.
—Y yo… resistiéndome a aceptar lo que sentía cada vez que estabas cerca. Mi instinto lo supo antes que yo. Siempre fuiste mi luna.
Ella apretó su mano con fuerza.
—Ahora no hay dudas, no hay barreras.
Cuando llegaron a la cabaña, el silencio reinaba en el interior. El resto de los miembros descansaban, agotados tras las ro